Recostado en la bañera comenzó a estudiarse frente al espejo, nunca antes lo había hecho. Advirtió que su rostro lo delataba demasiado, la profundidad de sus ojos, las arrugas que se dibujaban en el contorno de su boca, las mejillas que colgaban de su rostro y el cabello entrecano, evidenciaban su fragilidad, su sabiduría, su vejez. Apartó la vista y lo colocó suavemente en el suelo mojado. Miró sus manos, estaban manchadas por el paso del tiempo, las encontró ajenas, no las sentía suyas, las que alguna vez conoció habían quedado perdidas en alguna etapa de su vida y no pudo recordar en cual. Se hundió dejando que la nuca roce el agua, un recuerdo que creía perdido apareció de repente. Corría el año 1945 y estaba a punto de pisar tierra inglesa, lo que le producía una mezcla de sensaciones. Por un lado se sentía un periodista reconocido y exitoso, un verdadero formador de opinión; por otro, las circunstancias que lo habían llevado a ese país no eran muy reconfortantes. En plena guerra mundial, Gran Bretaña era la base de las fuerzas aliadas para delinear las estrategias que se llevarían a cabo contra Hitler, y Augusto era el encargado de informar a los lectores del diario paraguayo El País, de Asunción, los acontecimientos que se estaban sucediendo.