La dupla historia y literatura puede ser interpretada de tres formas distintas. A mitad de camino entre la historicidad de la literatura y el uso histórico de la literatura, está la idea de la literatura como una de las dimensiones de lo simbólico en la vida social, la literatura como fuente (Sarlo, 1990), como sustento de un saber sobre el pasado, un estímulo dinámico para la compresión de experiencias, vehículo y expresión de la memoria. Se trata de la obra literaria como representación de la realidad, por una parte, y por otra, como ficción. En este sentido, el texto literario no se somete a la prueba de verdad, es decir, ni verdadero, ni falso, sino construcción ficcional. Hacia la década del ´60, cuando comienza lo que se conocería como el boom de la literatura latinoamericana, Alejo Carpentier (1904-1980) escribe que la novela latinoamericana es un instrumento de indagación, un modo de conocimiento de hombres y de épocas y critica el método de los novelistas que han escrito sin una documentación previa: creo que ciertas realidades americanas, por no haber sido exploradas literariamente, por no haber sido nombradas, exigen un largo, vasto, paciente, proceso de observación. Y que acaso nuestras ciudades, por no haber entrado aún en la literatura, son más difíciles de manejar que las selvas o las montañas (Carpentier, 1967).