En esta presentación, que abre un coloquio posterior, argumento a favor de la idea de que las prácticas evaluativas de las diversas asignaturas resultan una vía privilegiada para integrar el trabajo con la lectura y la escritura en todas las materias. Si bien generalmente los alumnos han de leer y escribir al momento de ser evaluados, la lectura y escritura requeridas se exigen pero no se suelen enseñar. La tesis de este trabajo es que resulta necesario desnaturalizar estas prácticas evaluativas habituales para volverlas más formativas. Según diversos estudios, desde el punto de vista de gran parte de los estudiantes, cómo y en qué se los evalúa define lo que las cátedras esperan de ellos. Las situaciones de evaluación-acreditación establecen así el currículum real (lo que aprenden de hecho los alumnos), ya que es hacia ellas a donde dirigen sus esfuerzos en el estudio. La evaluación escrita, bien planteada, puede resultar entonces una oportunidad de aprendizaje, siempre y cuando sea explícita (comparta de entrada con los alumnos los criterios para su desempeño exitoso), válida (evalúe lo que se ha enseñado y no otra cosa), educativa (provea retroalimentación para que puedan ser mejorados los escritos iniciales) e internalizable (ayude a formar los criterios de la autoevaluación). En la segunda parte de la exposición, analizo algunas situaciones que puse en práctica en el dictado de una materia universitaria de las ciencias sociales, situaciones que, además de cumplir con la función de evaluar y acreditar los saberes de los alumnos, también resultaron instancias de enseñanza y ocasiones de aprendizajes.