Tras una primera trilogía como director, gracias a la cual había logrado el reconocimiento de la crítica, Leonardo Favio volvió a plantarse delante de las cámaras. Aquella vez no lo hizo bajo la dirección de directores de renombre (como Leopoldo Torre Nilsson o Fernando Ayala), sino frente a uno inexperto hasta entonces (Eduardo Calcagno), y con el objetivo de dejar un atestiguar su carrera como cantante. Entre el testimonio, el long play y la historia romántica, Fuiste mía un verano (1969) se presenta como una película que invita a reflexionar sobre el rol del cantante inmerso en la industria cultural, al ser el objeto del relato. En la utilización de distintos registros narrativos, incluso adelantándose al reality show, la vida del cantautor aparece como una excusa para yuxtaponer sus números musicales en el formato de videoclips. De este modo, la película pretende ser un documento-ficcional de las giras y sus avatares, así como también de su vida sentimental, su trabajo y el efecto magnético que producía en los públicos.Así, Favio se incorpora al género musical en boga por aquellos años, las películas protagonizadas por los cantantes populares, pero a través de una historia que remite directamente a su figura. Nos interesa analizar en Fuiste mía un verano la sinergia que se produce entre la estrella, el relato y la preeminencia de las canciones, y la manera en que ello pretende dar cuenta del vínculo del cantante con su público.