La historia de la sociabilidad, la cultura y los movimientos gays ha estado escrita en clave de metrópolis. En este sentido, una enorme red de equipamientos y servicios urbanos disponibles parecen haber sido dispositivos constituyentes de la sociabilidad y las formas de ser gays a lo largo de la historia: los saunas, las piscinas públicas, los bares, las discotecas, los parques, los cines porno, los urunarios, las boites o "boliches", llegando incluso a dispositivos más específicos en términos de subculturas de la cultura gay como podrían ser los clubes de bdsm o “dungeons”. Sin embargo, siempre hemos existidos maricones de pueblos: rurales o no. Maricones sin sistemas expertos de resolución cuasi-industrial de nuestro ocio, nuestra sociabilidad o nuestro roce colectivo. Maricones donde el anonimato —condición de existencia primordial en la búsqueda de la vida digna de los homosexuales de todas las épocas, al decir de Eribon— varía según la escala urbana, de dificultosa a imposible. No obstante, a lo largo del tiempo —y de forma más o menos satisfactoria y/o con o sin arreglo a la mitología metropolitana— gays de ciudades ordinarias hemos desarrollado nuestras vidas gays, incluso de forma elegida y no solo como destino fatal de una imposibilidad estructural de "elección" o movilidad. Esta ponencia adelanta los primeros resultados de una investigación cualitativa sobre varones gays “nacidos y criados” en la ciudad de Salto (Uruguay) que forman parte de ese poco representado grupo de varones gays que no han querido desarrollar sus vidas en las "grandes" ciudades cercanas.