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Los aparatos ideológicos del mercado
Claudio Véliz - UNDAV-UBA-UTN.
III Congreso Internacional de Ciencias Humanas. Escuela de Humanidades, Universidad Nacional de San Martín, Gral. San Martín, 2024.
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Resumen
La democracia capturada y sus apropiadores En líneas generales, podríamos considerar a la democracia como una instancia política de decisiones colectivas soberanas, mediante la cual, las mayorías ejercen el poder popular sobre la “cosa pública”, tanto de forma directa (plebiscitos, asambleas, etc.) como indirecta (libre elección de representantes ejecutivos y/o parlamentarios). La democracia es el gobierno de la plebe (demos), supone relaciones civiles igualitarias (no jerárquicas), y contempla el acceso universal irrestricto a los bienes, recursos y servicios públicos. Incluso, si lo pensamos con Aristóteles, podemos decir que la democracia es “el poder de los pobres” (ya que demos aludía al pobrerío en la Atenas del siglo V a.C.). La emergencia del moderno modo de producción capitalista, con su tendencia a la disociación de esferas, muy especialmente, entre trabajo (colectivo) y capital (privado), ha contribuido decisivamente a una reestructuración tanto material como simbólica. En virtud, justamente, de estas dicotomías constitutivas (sociales, productivas, políticas, culturales) resulta incompatible la conjugación entre las exigencias económico-financieras de los capitales y las decisiones democráticas de las mayorías. Precisamente por ello, debemos concluir que, en el siglo XXI, la democracia, aun en su variante meramente formal-procedimental, se halla severamente intervenida, capturada, restringida. Desde el derrumbe de la dictadura genocida, en nuestro país, las prácticas democráticas han estado sumamente condicionadas por las grandes corporaciones financieras locales e internacionales. El período de la llamada “transición democrática” se caracterizó por una significativa restricción de la democracia sitiada por los efectos persistentes del terror genocida. Una democracia disciplinada, atemorizada, siempre asediada por la amenaza golpista y/o corporativa. El menemato inauguró una era de la espectacularización la despolitización y la farandulización de la ciudadanía en el marco de un clima multicultural y globalizador que propiciaba la apertura, la desregulación, la flexibilidad, la glorificación del mercado, la entrega del patrimonio nacional, el endeudamiento externo, la precarización laboral requerida por los “inversores”. El macrismo se esmeró en borrar toda trama histórica, toda conflictividad social y toda complejidad política en nombre de un inmediatismo “familiar” y de una autosuficiencia sustentados en principios morales arbitrarios (y eternos), completamente escindidos y ajenos a la vida social: flexibilidad, adaptabilidad, positividad, disposición emprendedora, auto-responsabilización. El mileísmo vino a completar la captura con su desenfado profundamente antidemocrático, negacionista y refundacional, pero fundamentalmente, con su sistemático cultivo de la crueldad y el resentimiento. Este secuestro de las prácticas democráticas en nuestras sociedades fue posible, no solo a partir de las exigencias del capitalismo financiero, sino en virtud de una diversidad de dispositivos, prácticas y recursos simbólicos (aparatos ideológicos del mercado) tendientes tanto a disimular las violencias predatorias del sistema como a direccionar la culpa hacia objetivos previamente demonizados y estigmatizados. Algunos de los mecanismos (económicos, jurídicos, tecnológicos) que facilitan y promueven la reproducción (ideológica) de un sistema saqueador y autodestructivo son: el carácter financiero-buitre del capitalismo actual, su impronta semiótica, su espíritu punitivista, su prédica emprendedora y su sistemática tendencia a instaurar una guerra jurídica contra sus enemigos.
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