Este relato presenta un conjunto de reflexiones sobre la coproducción de saberes y perspectiva situada, en el marco del Programa de Intervención Comunitaria en Barrios Vulnerables. Las actividades de vinculación con el entorno, ocupan una parte de las acciones universitarias y gozan de una percepción positiva por parte de la comunidad académica, por ello, se implementa esta iniciativa que promueve la integración de conocimientos, investigaciones aplicadas, transferencia tecnológica y saberes comunitarios. Fomenta también el compromiso de los estudiantes universitarios con la realidad del territorio al cual pertenecen, desarrollando su formación profesional con un perfil comunitario. El programa es ejecutado por el Observatorio Social de Universidad Nacional de La Matanza y su cobertura territorial es el Partido de La Matanza, específicamente aquellos barrios que se caracterizan por poseer la vulnerabilidad social territorial (VST), entendida como “la incapacidad de impedir que acontecimientos de diversa índole afecten negativamente las condiciones de vida de la población que habita un territorio determinado, sea por falta o insuficiencia de activos protectores de riesgos como por la falta de condiciones para aprovechar el flujo de oportunidades” (MIDESOL, 2009, p. 27). A través de un trabajo interdisciplinario e intersectorial, el Programa promueve actuaciones que surgen desde la capacidad técnico-científica de atender e incidir en los problemas diagnosticados y se orienta hacia un cambio social planificado. Hacer intervención comunitaria implica abandonar el claustro universitario para dirigirse al territorio. Supone además aprender a desenvolverse en escenarios cotidianos e informales, con acciones que no son neutras, respaldadas por un modelo que busca la justicia social y que es crítico ante las desigualdades. Así concebidas, las intervenciones comunitarias desarrolladas promueven lograr transformación social y catalizar las actuaciones necesarias para que la comunidad utilice sus recursos y reconozca y potencie sus propias habilidades. Asimismo, los y las estudiante se involucran en el diagnóstico y vinculación con un territorio específico, levantamiento de información, diseño de acciones y proyectos y ejecución de estas iniciativas, en permanente diálogo y contacto con vecinos, vecinas y referentes locales. Además, este tipo de proyectos les permite aplicar lo aprendido en clase con un objetivo real (Tapia, 2010). En la relación intersubjetiva del trabajo de campo, el alumnado reelabora sus sistemas de comprensión en la realidad. Tal como plantea Piani Mailhos “experiencia, educación y sociedad, constituyen una triada de afectación recíproca que se encarna en los procesos pedagógicos, y al destramarlos situadamente, se obtienen pistas para la comprensión de trayectorias educativas donde se reflejan construcciones subjetivas…” (2020, p. 257). Como docentes, nuestros conocimientos académicos son puestos en suspenso a la hora de interactuar con las y los actores sociales, tratando de neutralizar las jerarquías, sin embargo, nos permiten tejer lazos, generar confianza y minimizar las asimetrías. Complementariamente, las y los vecinos aportan un saber hacer, que viene de sus experiencias individuales y grupales. En la construcción colectiva es posible reconocer que estos intercambios producen experiencias significativas para todos y todas y esto promociona saberes socialmente productivos que pueden influir en la trama social.