En las últimas décadas, encontramos un relativo desplazamiento en las humanidades, que despliegan mayores preocupaciones por las formas de existencia encarnadas, situadas en el mundo físico, de la vida social. Por un lado, aparecen nuevos debates sobre el entramado social que se desenvuelve en los entornos artefactuales y las infraestructuras técnicas de la modernidad capitalista avanzada. Una nueva ronda de automatización y digitalización, ligada a la implementación de masivos sistemas de datos crecientemente intercalados con la vida social, la actividad económica e incluso la intimidad subjetiva, fuerza a volver sobre preguntas en torno a la técnica (y su significación social-histórica). Algunos teóricos (Srnicek y Williams 2015, Hester 2018) proponen una mirada críticamente afirmativa de estas nuevas tecnologías, a las que consideran posibilitadoras, susceptibles de hackeo y reapropiación, y capaces de modulaciones liberadoras. Al mismo tiempo, la crisis ecológica planetaria fuerza una interrogación sobre los aspectos metabólicos de la vida social. La sociedad, después de todo, no está separada de la biología y tiene condiciones ambientales de reproducción y sostenibilidad (Foster 2000; Saito 2017). En la medida en que el crecimiento económico capitalista modula e informa los procesos de cambio sociotécnicos, se generan rupturas en el metabolismo social que amenazan las condiciones de operatoria segura para la humanidad en un marco de fronteras planetarias en crisis (Richardson et. al. 2023, Steffen et. al. 2015). ¿Cuál es el camino hacia adelante para las teorías críticas en este contexto? ¿Se trata de afirmar selectivamente los cambios técnicos traídos a colación bajo la égida del capital, para promover su refuncionalización y reapropiación transformadoras? ¿O, en cambio, es preciso poner freno a una modernización crecientemente destructiva? Se dibuja un debate sobre los imaginarios de futuro que parece confrontar futurismos modernistas y perspectivas de influencia romántica (Foster 2020; Saito 2023). Discusiones entre ecomodernistas (Huber 2022; Phillips 2015) y decrecentistas (Kallis 2014; Hickel 2021; Hickel et. al. 2022) parecen dualizar la imaginación política en el Norte Global. De manera análoga, en Latinoamérica vemos debates entre neodesarrollistas (Cohen y Riofrancos 2020) y anti-extractivistas (Svampa y Viale 2014; Machado Aráoz 2017; Ulloa 2016), que participan del cisma más general sobre los imaginarios de futuro en las teorías críticas. En esta presentación propongo desarrollar una dialéctica de lo antiguo y lo moderno que supere esta dualización paralizante de la imaginación histórica y técnica. Siguiendo, fundamentalmente, a Moishe Postone (1993) y Bolívar Echeverría (1998; 2011), sostendré que una teoría crítica de la modernidad capitalista puede combinar sin síntesis elementos modernistas y románticos, evitando emitir un juicio de valor unilateral sobre la modernización tecnológica en general. La tradición marxista latinoamericana (Mariátegui 2021; Arboleda 2020; 2021), en particular, tiene poderosos recursos teóricos para desplegar esta dialéctica barroca o abigarrada, en diálogo con algunos desarrollos superadores desplegados en las teorías críticas -no solo marxistas- del Norte global (Haraway 2016; Vettese y Pendergrass 2022; Chaudhary 2023).