La incorporación de las imágenes al ámbito educativo se ha restringido históricamente a su función ilustrativa como recurso didáctico. La escuela, nacida en la modernidad, tuvo como bases la cultura impresa y la practica de la escritura. En este contexto de producción y legitimación de saberes, la imagen siempre estuvo subordinada a la palabra. El proceso de mediatización iniciada en el s. XX con el cine y la televisión y hoy con las nuevas tecnologías, tiene como consecuencia el debilitamiento de la palabra escrita y el descentramiento del saber. En esta coyuntura de modificación de las bases que durante décadas estructuraron la institución escolar, creemos que es necesario repensar las relaciones entre cultura mediática y proceso educativo. Lejos de la polarización que promueven las miradas tecnofóbica y tecnofílica, nos interesa pensar los desafíos, las negociaciones y el reacomodamiento de la escuela frente al lugar de las tecnologías y las agencias culturales con que llegan los jóvenes a esta. En este trabajo abordamos las tensiones y potencialidades del uso de la imagen fotográfica en el ámbito educativo. Para ello, analizamos experiencias de trabajo pedagógico con repertorios fotográficos autorreferenciales en talleres de fotografía. Creemos que la potencialidad de la fotografía como tecnología afectiva, radica en su capacidad de abrir espacios de subjetivación en los que los jóvenes pueden repensarse, analizarse y transformarse. Enseñar y aprender a mirar, así como ensenar y aprender a leer, encuentran un equilibrio en la diferencia, en una dialéctica entre ambas practicas, en las temporalidades y espacialidades, y en los procesos de subjetivación y acción colectiva que ambos posibilitan.