En Leyes, Platón acuña el título de ?teatrocracia? (Ley. III 701a3) para referirse a una degeneración musical en la que la osada multitud se cree capaz de juzgar como si realmente supiera lo que es bello y lo que no lo es. Las connotaciones políticas de ese hápax parecen apuntar a una ciudad democrática que, como un gran teatro, se encuentra plagada de espectadores ignorantes y de artistas que consideran el placer de esos espectadores como el mejor criterio de sus obras. En este trabajo, buscaremos probar que la interpretación platónica del sofista en el diálogo homónimo puede ser leída como un complemento de aquella crítica planteada en Leyes. En efecto, si en este último los ciudadanos pueden ser entendidos como espectadores, en aquel otro diálogo ? tal es nuestra hipótesis ? el epíteto de mimetés que el Extranjero le adjudica al sofista refiere al actor teatral. Esa metáfora comienza a construirse implícitamente por medio de la proliferación de definiciones del sofista y termina de elaborarse en la séptima definición a través de una constelación de semas vinculados al universo teatral como skeué, thaumatopoiós, skhêma y sôma. De esos argumentos surge un sofista que, cual actor que proyecta diversas apariencias, representa el papel de un sabio ante sus futuros discípulos. Asimismo, dado que la misión de ese sofista es la de producir ciudadanos prestos a la proyección de simulacros, si en Leyes el modelo teatral servía para cuestionar la conducta de los ciudadanos en tanto espectadores ignorantes, en Sofista ese mismo modelo sirve para cuestionar un régimen ? que llamaremos sofistocracia ? en el que los ciudadanos, esta vez como actores teatrales, proyectan, sin conocimiento, un simulacro de la areté, procurando dar la impresión de que esa areté está en su interior.