En este trabajo, entiendo la evaluación como un camino privilegiado que tenemos los docentes para incidir en el aprendizaje de los alumnos. Desde el punto de vista de muchos estudiantes, cómo y en qué se los evalúa define lo que las cátedras esperan de su compromiso con la materia que estudian. La evaluación escrita, bien planteada, puede resultar entonces una instancia de aprendizaje, siempre y cuando sea explícita (comparta de entrada con los alumnos los criterios para su desempeño exito-so), válida (evalúe lo que se ha enseñado y no otra cosa), educativa (provea retroalimentación para que puedan ser mejorados los escritos iniciales) e internalizable (ayude a formar los criterios de la autoevaluación). Sin embargo, en un relevamiento realizado acerca de las formas de evaluación es-crita presentes en los estudios superiores, las prácticas evaluativas más frecuentes discrepan con aquéllas que la investigación psicológica, lingüística y educativa recomienda como deseables. En las primeras, el profesor da la consigna y lee el producto terminado mientras que en las segundas provee orientaciones previas y durante el proceso de elaboración escrita. Analizaré éstas y otras característi-cas contrastantes entre las evaluaciones menos y más fecundas para ayudar a aprender no sólo los contenidos conceptuales disciplinares sino también para aprender cómo escribir sobre estos conteni-dos. Argumento que cambiar las prácticas evaluativas usuales para acercarse a las deseables re-quiere un trabajo interdisciplinario para modificar la cultura académica institucional en la que nos movemos los profesores, cuyas actuales prácticas no suelen ser cuestionadas porque, al haber sido heredadas de generaciones docentes anteriores, nos resultan naturales y parecen necesarias.Palabras clave: evaluación, escritura, aprendizaje, enseñanza, cultura académica.NOTA: Dado que no dispongo de la versión expuesta en este panel, adjunto una versión próxima publicada en la revista venezolana Acción Pedagógica.