La ambivalencia con respecto a la inmigración es constitutiva del mismo proyecto modernizador que la genera. Sin embargo, y a pesar de que el argumento xenófobo central se manifiesta ya hacia 1870, el número de inmigrantes que arriban cada año no cesa. En 1910, el centenario hace proliferar una pluralidad de discursos fundadores (o que se postulan como tales) en los que cierre y exclusión aparecen como procedimientos privilegiados para relatar/construir la nación. Al mismo tiempo, entran en crisis los modelos contractuales. Estos discursos, entonces, explicitan doblemente el rechazo al otro. Hacia la etnia y la historia, a través del ideologema de la raza. Hacia lo social y político, recuperando el antiguo argumento xenófobo: el extranjero es el portador del germen de la lucha de clases. Doxa y ciencia confluyen así en los discursos de los intelectuales gracias al aparato conceptual desplegado por la definitiva inscripción del positivismo. En la actualidad, la nueva inmigración reactiva las ambivalencias con el matiz que agrega la crisis del capitalismo y la ausencia de proyectos alternativos que generen consenso. Esta crisis no impide, más bien fomenta, la vernacularización de los temas globales. El neoliberalismo y su lógica economicista fomentan los discursos discriminatorios en pos de la racionalización de las cuentas. Los nuevos movimientos migratorios, que caracterizan los tiempos de la muerte del estado de bienestar, vuelven a hacer confluir la doxa con las argumentaciones económicas. Nuevamente, la inclusión y la exclusión tienen anclaje en los sectores populares.