Los movimientos migratorios de la última década han generado de parte de los sectores vinculados al poder discursos abiertamente xenófobos. Vastos sectores de la sociedad se han hecho eco de estas fundamentaciones. Las razones de esta permeabilidad social a la prédica xenófoba hunden sus raíces tanto en tradiciones culturales como en aspectos coyunturales. De lo primero da cuenta la idea misma de nación. Lo segundo, en cambio, se manifiesta en la conformación de un otro negativo cuya imagen es construida explícitamente con lo real excluido e ignorado por el modelo. En efecto, estos discursos, lejos de considerar las causas de la inseguridad social y la inestabilidad laboral o el desempleo como atributos constitutivos del sistema impuesto por la globalización, pretenden vincular esas fallas con los movimientos migratorios, con la irresponsabilidad de los ‘terceros países’ y con las inescrupulosas mafias que trafican con los inmigrantes. Sin embargo, los datos de delincuencia, marginalidad y desempleo nunca verifican en el análisis los argumentos esgrimidos en esta lógica de la exclusión. Una imagen recurrente sintetiza la cuestión: barcos, pateras o gomones atestados de gente, naufragando en las costas de cualquier continente o a la deriva en el mar abierto. No se trata de meros símbolos o metáforas: estas imágenes indican el lugar que ocupan los antiguos estados nación en los nuevos mapas trazados por el poder financiero. Hay allí una inversión paradójica: durante siglos la navegación dio de bruces con lo real que obligaba a redibujar el mapa y adecuar el modelo cartográfico. Hoy, en cambio, el mapa viene a forzar el territorio y, al ignorar lo real, provoca el naufragio no sólo de los ‘apátridas’, sino de los estados mismos.