El arte musical, en tanto dimensión humana, tiene existencia en la huella de la experiencia. Al bucear el concepto de experiencia en el estudio de la música, encontramos que en las fuentes musicológicas y pedagógicas de la academia musical occidental se alude a él de un modo naturalista, en tanto que la psicología de la música, ámbito por excelencia para la indagación de dicho concepto, lo aborda de manera elusiva. Por ende, en el estudio de la música la experiencia musical es una dimensión que demanda indagación. Es emergente en la riqueza y variedad de las prácticas musicales personales de las que participamos cotidianamente en nuestros ambientes socioculturales, compartiendo la actividad musical con otros al tiempo que experimentamos el sonido en nuestros cuerpos en movimiento. Los modelos cognitivos clásicos de la psicología de la música de la segunda mitad del siglo XX no demostraron en su mayoría un interés particular por su tratamiento explícito, delimitando sus alcances al modo en que los procesos y operaciones mentales eran susceptibles de mostrar isomorfismo con, y por ende valor explicativo de los conceptos de la teoría musical, restringiendo así la idea de experiencia a la órbita del cerebro y del texto musicológico. Incluso la psicología clásica de la ejecución musical, cuyo objeto de estudio no puede rehuir la dimensión del cuerpo, desarrolla su modelado sobre la base de los procesos y operaciones de cálculo cerebral, adjudicando al cuerpo la condición exclusiva de sistema efector de los cómputos cerebrales. En las últimas décadas ha tenido lugar en el ámbito de las denominadas ciencias cognitivas de segunda generación la recuperación de aspectos de la dimensión humana, en particular de los modos en que el tiempo, el cuerpo, el movimiento y la emoción se manifiestan dinámicamente en la experiencia musical, ampliando así la dimensión indagativa de la idea de experiencia en el estudio de la música. La pedagogía musical occidental, por su parte, se ha configurado principalmente bajo el influjo del modelo musicológico de conservatorio de finales del siglo XIX. Los métodos pedagógicos desarrollados en el siglo XX han elaborado una pragmática de la enseñanza que no escapa, por un lado a los presupuestos de dicho modelo, y por otro a una suerte de circularidad en sus explicaciones, las cuales, amparadas en el dogmatismo autoreferencial de la eficacia de cada método particular, resisten con renovada energía la interrogación y el análisis crítico, contribuyendo de este modo a sostener los principios de inmanencia y autonomía con que el arte musical fue investido en la tradición de occidente. En las últimas décadas, la nueva musicología y la etnomusicología también han incorporado al estudio de la música una dimensión experiencial y culturalmente situada que invita a interrogar desde una perspectiva crítica los espacios de la enseñanza. Es por ello que la escena actual resulta propicia para la generación de un intercambio más fructífero entre los campos musicológico, pedagógico y psicológico en torno al estudio de una dimensión amplia de la experiencia musical, cuyo tratamiento no puede, por otro lado, prescindir de la consideración del episteme cultural. En el presente trabajo se releva un cuerpo de investigaciones que actualmente se desarrollan en el campo de la psicología de la música en nuestro medio con vistas a la caracterización del concepto de experiencia musical y se derivarán implicancias para el desarrollo de una pedagogía musical informada en dicho concepto.