En algunos espacios de “capacitación en relaciones humanas” y protocolos de cortesía solía prevenirse en torno al abordaje en las conversaciones de algunos temas considerados como tabú: la política, el sexo, el fútbol y la religión. “Tocar” alguno de estos podría “trastocar” el diálogo en discusión acalorada y, en el peor de los casos, terminar en gritos y agresiones violentas. En el menos peor de los casos se podrían generar distanciamientos, prejuicios soterrados y rupturas de amistades. Por lo visto, evitar o ignorar estos temas –actitud llevada al grado de virtud y equiparada con la prudencia- garantizaría una convivencia armónica, sin roces ni rencillas. El problema es que callarlos o evadirlos se convierte en el suelo nutricio que propicia y facilita que otros, amparados en cierta autoridad o reconocimiento, pontifiquen, manipulen, desinformen o abusen con el asentimiento absoluto de su ingenua y abusada feligresía.