La Unión Europea acordó -sobre propuesta presentada en 2020- la DSA, considerada “la gran regulación europea del mundo digital” que tendría el potencial de cambiar Internet tal y como lo conocemos, especialmente para las grandes tecnológicas como Facebook, Google y compañía. Dicen que "Con la DSA, la época en que las grandes plataformas online se comportaban como si fueran demasiado grandes para preocuparse está llegando a su fin". (T. Breton 2022) Las tecnológicas (norteamericanas en general) deberán explicar cómo funcionan sus algoritmos, evitar que la desinformación se haga viral y muchas otras obligaciones que buscan que "las plataformas sean transparentes sobre sus decisiones de moderación de contenidos, eviten que la desinformación peligrosa se haga viral y eviten que se ofrezcan productos inseguros en los mercados". Se busca que esas plataformas “sean responsables de los riesgos que sus servicios pueden suponer para la sociedad y los ciudadanos" (Vestager, 2022) Indagamos esta temática: los esfuerzos de los Estados -en este caso la Unión Europea- por (a) entender este nuevo poder y (b) legislar y controlar eficazmente. Nosotres creemos ¿o solamente podemos intuir? que ese rezago de los estados frente a las Gigantes es irremediable, que cada vez es más grande la brecha entre lo que sabe y hace Facebook y lo que pueden hacer y saber -frente a esa y otras gigantes- las leyes de la Unión Europea (UE). ¿Cómo podríamos comprender y legislar de modo “eficaz” (o simplemente con incidencia “real” en aquellos aspectos claves), si las propias Gigantes poseen su zona más dinámica en sus “laboratorios” cuyo material somos la humanidad completa? En el medio, nosotres, les ciudadanes. Nuestra lectura y análisis de la “Nueva ley” y otras regulaciones, se enmarca, entre otros, en aportes sociológicos de N. Couldry (2018) y los de corte sicológico-antropológicos de la belga A. Rouvroy (2018).