La misoginia es, sin lugar a dudas, algo omnipresente en nuestras sociedades patriarca- les. Pero para comprender mejor este fenómeno, habría que especificar cuál es la mujer a la que se dirige esta actitud hostil, pues hoy sabemos que hay tres dimensiones de lo femenino: la biológi- ca, la sexual y la genérica. Tomemos el ejemplo de Madeleine Pelletier. Al decir que la mujer de- bía liberarse de la mujer, esta autora no disimu- la su desprecio hacia un cierto género femenino cuya subjetividad había sido moldeada por una sociedad histórica particular: una mujer educada para ser madre, esposa y ama de casa, alejada de la vida política y cultural de su país.1 Un contem- poráneo de Pelletier, el austríaco Otto Weininger, también pensaba que la mujer debía liberarse de esa mujer que él despreciaba en igual medi- da. Salvo que, desde su punto de vista, la mujer en cuestión no era la manifestación de un cierto género femenino ni el producto histórico de una sociedad particular, sino la consecuencia de un destino biológico: si las mujeres se encerraban en la vida doméstica, alejándose de la política y la cultura, era a causa de un instinto sexual que las inducía a actuar de esta manera. He aquí la dife- rencia entre una feminista como Pelletier y un an- tifeminista como Weininiger: para ella, la mujer debía liberar su sexo, para él, debía liberarse de su sexo.