En el campo específico de la cognición musical, las principales críticas del relativismo cultural parecen apuntar al hecho de que los estudios sobre los procesos involucrados en la experiencia musical están orientados a un individuo claramente identificable con el estereotipo de oyente occidental de clase media. Para este individuo muchas experiencias musicales de su propia existencia tienen que ver con la situación experimental: escucha música, sentado, en un cuarto confortable, muchas veces a través de auriculares, etc. Y al mismo tiempo, muchas de las respuestas que le son demandadas también tienen que ver con el tipo de respuestas corrientes en su realidad: juicios de valor, comparaciones, etc. La primera pregunta entonces, que una psicológia de la música al servicio de la etnomusicología debería plantearse es qué es escuchar música en cada contexto específico. En qué consiste la experiencia musical en cada contexto específico. Esta pregunta es muy difícil de contestar porque problematiza el concepto mismo de música. En otros términos, si nosotros queremos conocer el modo en el que los miembros de diferentes culturas comprenden, producen y se comunican con la música entonces deberíamos poder fijar claros criterios a qué estamos llamando música, y a partir de esa definición estimar que aspectos de la cognición están comprometidos en esa actividad. Además deberíamos ser capaces de brindar una explicación de qué tipo de procesos pueden darse compartidamente en contextos culturales disímiles o bien de qué diferencias de procesos corresponden a las diferencias culturales. Por la naturaleza de los problemas planteados, parecería que la psicológia de la música está muy lejos de poder dar una respuesta a estos interrogantes. Sin embargo voy a tratar de aportar cierta evidencia de que existen hoy en día importantes aportes de otras disciplinas que han permitido a la Psicología de la música renovar sus agendas y por lo tanto posicionarse más próxima al objetivo de servir a la etnomusicología