Cuando un escritor postula un modo de concebir la historia de la literatura de su país, inevitablemente está configurando el terreno para inscribir, en ese mismo proceso, su propia poética. En La Librería Argentina (2003), Héctor Libertella plantea cuáles son los procedimientos necesarios para que un escritor pase a la posteridad. Allí postula que Argentina es “no las lecturas comunes de una tradición, sino una tradición de lectura”. El foco reside en el modo de leer y ya no en qué es lo que se lee, aquello que más tarde definirá como una patología.Además, en ese mismo texto Libertella plantea la creación de una nueva teoría sobre la lectura: “¿Sería posible una teoría de la lectura que postule que Uno es la necesidad de traducir a Otro?”. El lector, invadido por ese conjunto de voces que lo precedieron, es una construcción, producto de esas lecturas de las cuales no puede rehuir; tan solo puede repetir el gesto de sus antecesores con sus propias palabras: “ESCRIBIR es traducir. Doble y mutuo ejercicio que podría explicar el campo de apetitos de cada uno en el otro”. Por otra parte, en una entrevista publicada en la Revista Ñ, Marcelo Damiani le pregunta cuál cree que es su lugar en esa historia de la literatura: “si Argentina es un país periférico en el mundo (contesta), su escritor más periférico será entonces centralmente argentino. A mí me ha costado mucho sostener esta paradoja... ¡Cuanto más marginal, más central!”. Tres ejes de lectura, entonces, que no agotan el complejo mecanismo de lectura que Héctor Libertella propone a lo largo de toda su obra: “tradición”, “traducción” y “marginal” son, sin embargo, elementos fundamentales para comprender la máquina de lectura libertelliana.