Proponemos reflexionar sobre las intervenciones de "Identidad Marrón" que, desde la perspectiva interseccional, tienen en cuenta el entrecruzamiento de las opresiones que denuncian. Identidad marrón se trata de un colectivo conformado por hijes y nietes de personas indígenas, campesinas y/o migrantes que realizan diferentes acciones para visibilizar el racismo. Se inscribe en la búsqueda de resignificación de símbolos que conforman la identidad cultural y los saberes familiares ancestrales; para ello, proponen recrear los procesos históricos, reivindicar a les protagonistas de la cultura y “devolver el orgullo a todo lo que el sistema de blanquitud dominante deshonra.” Explican su militancia para desarmar mitos, crear sororidad y transformar la realidad; entendiendo el nombrarse como acto político y la revisión crítica de producciones artísticas, experiencias, historias y archivos familiares como parte de un proceso de concientización y construcción identitaria. Proceso de resignificación histórica que, tal como lo recupera Joan Scott (1990) respecto de los estudios de teóricas feministas, incluye el análisis de las opresiones y las desigualdades de poder en las relaciones humanas. Para el que se destaca la necesaria reflexión sobre los modos de construcción, funcionamiento y cambio de esas relaciones para “interpretar el cambio histórico” (Scott, 1990: 8). Lo que Heidi Hartmann analizaba, en 1976, en términos de reconocer la causalidad, prioritariamente, económica sobre la cual se desarrollan las relaciones de producción, de interacción entre el patriarcado y el capitalismo; y que Joan Kelly, en 1979, establecía como interacción en simultáneo para la reproducción de relaciones sociales e históricas. Parafraseando a Scott, a propósito de su reflexión sobre las teorizaciones psicoanalíticas, podemos decir que el colectivo Identidad Marrón se avoca fuertemente a las construcciones de significado que los sistemas simbólicos imprimen en sus experiencias, en línea con el planteo de Teresa de Lauretis, de 1984, de considerar las subjetividades contextualizadas social e históricamente (Scott, 1990: 18). Así, el colectivo de referencia genera, instala y promueve, en términos derridianos, un proceso deconstructivo, de desmontaje, de desgranamiento de las construcciones jerárquicas. En sintonía con la concepción de procesos complejos e interrelacionados, agencia entonces la visibilización y desnaturalización de explicaciones de relaciones de poder que se pretenden universales para construir las propias. De modo que se inscribe en los “feminismos desde los márgenes” (Hoyos, 2021) que -complejos y múltiples- interpelan al feminismo liberal para reconocer y visibilizar la implicancia interseccional, plurinacional y transversal “del género y las identidades” (p. 40). Entendemos así la importancia de reivindicar un feminismo interseccional, un movimiento social que reconozca la imposibilidad de hablar de un sujeto universal, lo que nos lleva al concepto de construir alianzas entre diferentes colectivos en función de crear un frente común. El desafío, entonces, consiste en generar y sostener un proceso de construcción de subjetividades contextualizadas, que no solo aborde la concientización a partir del desgranamiento de las intersecciones de las relaciones de poder, sino también de tejer alianzas estratégicas encaminadas a transformar las relaciones de exclusión, consecuentemente se trata de sinergiar articulaciones que no borren sino que tengan en cuenta las diferencias.