El presente trabajo tiene como objetivo analizar los límites del lenguaje y de la memoria advertidos por Platón en la Carta VII y en Fedro en el marco de su crítica a la escritura. Queremos mostrar que a partir de la crítica que Platón realiza a la escritura en los textos mencionados se pueden comprender los límites que tiene tanto el lenguaje como la memoria para hallar la sabiduría, y que a su vez, ellos son producto de iniciar esta búsqueda desde el lugar incorrecto. Creemos que estas limitaciones podrán ser superadas si se acepta la invitación platónica de iniciar este recorrido partiendo de la propia interioridad. En la Carta VII 343a, Platón nos dice que el lenguaje es un medio débil e insuficiente para poder expresar la verdadera esencia de las cosas. Si bien las palabras pueden permitirnos decir todo saber, sin embargo, no por esto, son ellas mismas las portadoras de dicho saber. Teniendo presente esta carta, analizaremos el argumento que utiliza Platón en el cual sostiene que el lenguaje forma parte de una lista de elementos -presente en todos los seres- sin los cuales no podría producirse el conocimiento, de no ser porque éstos entran en mutua relación. Ellos son: el nombre, la definición, la figura, la inteligencia, y el objeto en sí, cognoscible y real. Si dichos elementos no son puestos en relación con los demás, por medio del esfuerzo y de la correcta disposición del alma, la verdad que se oculta en sus profundidades no podrá ser hallada, y ni la buena memoria ni la facilidad para aprender podrán hacer algo al respecto. Por su parte en Fedro, analizaremos el Mito de Theuth que Sócrates narra para mostrar que la escritura en cuanto técnica, en lugar de producir memoria sirve sólo como un simple recordatorio (hypómnesis) de palabras mudas que no pueden defenderse si algo se les pregunta, pues trata de una memoria que viene desde afuera, y que, partiendo de caracteres ajenos, desemboca en una repetición sin compresión. Como resultado, en lugar de producir conocimiento, la escritura produce olvido y apariencia de sabiduría en quienes la aprenden. En ambos textos, tanto el lenguaje como la memoria son tratados como elementos insuficientes en sí mismos, que si se pretenden utilizar aisladamente y sin la correcta disposición del alma, se llega a un camino infértil, incapáz de parir el conocimiento de las cuestiones más importantes de la filosofía. El lenguaje queda de este modo reducido a un cúmulo de grafemas, réplica de un discurso incomprendido, y, por su parte, la memoria, posibilita sólo un recuerdo externo “que viene desde afuera” y no produce conocimiento. Sólo si se parte desde la propia interioridad se podrán superar estas limitaciones; el lenguaje será diálogo y la memoria, reminiscencia.