La publicación de "Robinson Crusoe" de Daniel Defoe —de la cual este año se cumplen tres siglos— supuso la irrupción en la escena literaria de la Inglaterra augusta de un género novedoso y popular que contrastaba con el gusto renovado de las élites por los modelos de la Antigüedad clásica. En el contexto de la Querella entre los Antiguos y los Modernos, la novela inglesa constituyó una apuesta por una forma de representar y dar sentido a unas experiencias que no podían ser comprendidas por referencia a los relatos heredados del pasado grecolatino. En el transcurso del siglo XVIII, este nuevo género se convertiría, además, en un espacio privilegiado para la construcción y difusión de normas y sentidos compartidos acerca de las emociones, que alumbraría la llamada “era de la sensibilidad”. Las novelas de Defoe, si bien no ofrecían el mismo nivel de atención a la vida sentimental que las de Samuel Richardson o Henry Mackenzie, debieron parte de su éxito editorial a su capacidad para retratar las angustias y cavilaciones de mujeres y hombres ante las incertidumbres de la experiencia moderna. Esta ponencia indaga en el vocabulario que empleó Defoe para representar la aflicción en la trilogía de "Robinson Crusoe" (1719-1720). El énfasis está puesto en el lugar de la melancolía y los trastornos nerviosos que algunos contemporáneos consideraban un “mal inglés”. Se sostiene que el novelista intervino en la disputa por el sentido de la melancolía al incorporarla en un repertorio más amplio de términos para designar la aflicción, la cual aparecía como un rasgo ambiguo pero finalmente positivo de los sujetos modernos. Ese estado de abatimiento profundo era presentado como un indicador de una capacidad de los protagonistas de reflexión introspectiva sobre sus circunstancias morales y espirituales. Era, en fin, expresión de una sensibilidad civilizada que permitía a las mujeres y los hombres cristianos establecer un dominio sobre sí mismos, sobre la naturaleza y, eventualmente, sobre otras personas.