Próxima a finalizar una etapa importantísima en mi vida y comenzar otras igual de importantes, me he topado por primera vez con una nueva mirada acerca de la discapacidad, palabra a la cual durante años traté con mucho cuidado. Por aquellos años de escuela primaria ya se podía notar: en ningún momento iba a conformarme con la última respuesta sin escuchar antes a mi corazón. Las profesoras de la materia "Diversidad", nos cuentan que tendremos la posibilidad de hacer una visita al Teatro "Las Ilusiones", un teatro inclusivo. Hace ya una década que este espacio propone varios talleres como danza y canto, formados personas de distintas edades con discapacidad intelectual y sin ella, permitiéndoles acceder a un espacio creativo y artístico. Buscando rápidamente en el diccionario la palabra "arte", nos dice: "actividad en la que el hombre recrea, con una finalidad estética, un aspecto de la realidad o un sentimiento en formas bellas valiéndose de la materia, la imagen o el sonido." Es el arte, entonces, un acercamiento a las realidades que, a flor de piel, brotan por las paredes y los telones del teatro. Desde el amor, “Las Ilusiones” nos abrió sus puertas usando el arte como puente hacia ellas, celebrando la diversidad. El otro se convierte en un nosotros y al igual que en el juego, nos suspendemos de la realidad. Realidad que para muchos a quienes se les asigna la llamada discapacidad está atravesada por un sinfín de terapias, médicos, centros de rehabilitación, en un afán constante por suplantarla, taparla, esconderla. “Se trata de organizar lo múltiple, de procurarse un instrumento para recorrerlo y dominarlo” (Foucault, 1981, p.152). ¿Existirían teatros inclusivos en una cultura que brinde igualdad de oportunidades a toda la población, en todos los ámbitos que la convocan? Paulo Freire, en su texto, “Pedagogía de la esperanza” (1992), nos dice que si se considera el futuro como un horizonte al que hay que adaptarse, entonces no queda margen para los sueños, que son el motor de la historia. Pero, ¿qué sueños quedan relegados por la adaptación a un futuro escrito por otros que no contemplan la riqueza en la diversidad? Quienes tenemos la oportunidad de incomodarnos frente a tantos interrogantes debemos asumirnos parte del proyecto de promover la construcción de una “vocación humanizadora”, aquella que le brinda a los otros y a uno mismo la condición de sujeto. “(…) esta ‘vocación’, en lugar de ser algo a priori de la historia, es por el contrario algo que viene constituyéndose” (Freire, 1992, p.125) El desafío es pensar las heterogeneidades como una unidad y la unidad como diversa, desarticular, aceptando la diversidad del otro, que es también mía y de todos, interpelar e interpelarnos a nosotros mismos, a lo establecido. Estar disponibles más allá de las paredes del teatro para romper con la idea del “supuesto paraíso en el que todos somos al fin iguales”. (Skliar, 2013, entrevista a La Capital)