Estudiar un doctorado, no solo implica avanzar en la profundización del conocimiento disciplinar, aprender métodos y técnicas de investigación o dominar ciertos referentes teóricos y epistemológicos. Abarca ante todo, el desarrollo e interiorización del habitus científico de manera asociada a un proceso gradual de de-formación, re-formación y trans-formación interna respecto al oficio de investigador, la práctica de investigación y la manera en que despliega su propios procesos cognitivos y afectivos en la actividad de investigación. Es decir, que durante los estudios de doctorado, el futuro investigador, se sumerge en un estado permanente de confrontación de saberes, de semi-saberes académicos que le permite caer en la cuenta de diversos obstáculos epistemológicos, hacer rupturas epistémicas y dar paso a la construcción de saberes sostenibles, permeados por la teoría y la reflexividad, hasta lograr la autoría de las ideas. Estos aspectos proporcionan pistas de que el doctorando va desarrollando aquellas disposiciones académicas que dan forma relativa al habitus científico.