Una parte importante de los actuales estudios sobre el desarrollo humano se orientan hacia una representación del progreso social asociado al concepto de “calidad de vida” ampliando la mirada economicista clásica sobre el “bienestar”. Pero esto mismo parece resultar insuficiente cuando se consideran de una perspectiva histórica que el progreso humano no tiene límites y que su construcción social tiene como protagonistas a los propios pueblos y sujetos que disfrutan o sufren sus consecuencias. Aunque el significado del concepto “progreso social” resulte todavía difuso, a la vez que el de “bienestar” se reconoce limitado, el objetivo de alcanzar una evaluación más realista e integral de los funcionamientos humanos y sociales es en sí mismo relevante por sus consecuencias tanto académicas como políticas. Pero la principal dificultad que presenta este debate teórico es identificar de manera objetiva cuáles son las dimensiones humanas constitutivas del progreso social, así como también cómo, en qué medida y hasta qué nivel deben desarrollarse cada una de ellas, así como para identificar las instituciones y recursos necesarios para su satisfacción. Por lo tanto, mi aporte al Encuentro Latinoamericano sobre la Medición del Progreso de las Sociedades parte del supuesto de la existencia de una íntima vinculación –de orden epistemológica, teórica e empírica- entre los problemas a los que hace referencia el enfoque del progreso social y aquellos que procura poner en la agenda el enfoque de derechos humanos. En particular se sostiene que la propia representación del progreso social, en su sentido comprensivo, constituye la resultante histórica de sociedades humanas que, ante el aplazamiento, privación o negación a participar de los logros de los avances económicos, sociales y culturales de la humanidad, reivindican el derecho a vivir una vida plena, activa y digna en un marco de equidad global, expresándose ello en demandas concretas de progreso social.